viernes, 12 de agosto de 2011

Memorex.

En una habitación impregnada por un olor a violetas y neftalina, una anciana mujer reposaba en su sillón inglés con arabescos tallados en las patas.
Encendió un cigarrilo de canela y una vez más empezó a retroceder en el tiempo.

Nunca olvidaría aquel niño de su primaria. Quien con el dinero de su lonchera le compraba pequeñas libretitas perfumadas.
Recordaba ruborizandose a aquel chico de sus once años que acampaba en el parque fuera de su casa tan solo para poder conversar con ella a gritos del tercer piso al primero .
Hasta ahora guardaba aquellos dibujos que le entregaba religiosamente ese muchacho de su secundaria que se desviaba de su camino todas las noches para verla por la ventana y en un día de lluvia le entregó un cassette de Hombres G Baladas con un papelito que decía "Escucha la -4-".
Siempre recuerda aquel muchacho que al tercer día después de besarla le dió la única serenata telefónica que le habían dado en su vida.
No olvidaría al cara de niño de las frases más dulces y pegajosas que el algodón de azúcar, tampoco aquel compañero de clases que le cantó a pulmón abierto a la hora de salida, ni que alguna vez en una actuación del colegio le dedicaron una canción frente a todos, menos olvidaría que le adornaron el camino a casa con siglas que representaban más que los graffitis al lado de ellas, mucho más recordara a su incondicional cocinero dominical y su pizza especial de aceitunas.

Señora de unos sesenta años casada con aquel loco de las palabras exactas no olvida esos momentos que le provocaron sus mejores latires y sonrisas.